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domingo, 13 de septiembre de 2015

La Mujer barro

A Teresa Aguilar


Para llegar hasta la Mujer barro, hay que alcanzar el Río Piedras; allí donde la marisma y la luz se tocan, allí donde los flamencos sobrevuelan los sueños.


La mujer barro vive ajena a los horarios. Convierte la rutina en insólita, disfruta de las pequeñas utopías, y sabe que el horizonte se toca con las yemas de los dedos.  Crea cadenas de mujeres que no se atan: se dan la mano.

Coincidimos en muchas cosas y ambas somos expertas en hacer de cada absurdo un inmenso himno a la alegría.

Su aire tiene la medida del aire que respira.
En sus zapatos caben ejércitos de mujeres que pasean sueños, los gatos duermen a su antojo y los viejos tornillos oxidados se resisten al olvido. Por eso marcan libros de horas y su pátina ocre sabe a sangre. Y la sangre, a vida.


De todas las cosas preciadas, salvaría ante la adversidad una caja de música, tal vez un ruido de ruidos, incluso un silencio. No la busques en el bullicio de escaparate: prefiere el crepitar del fuego, la música de los nardos, el vuelo de cualquier insecto.



Sabe medir el movimiento. Ella conoce la medida del ángel, el ajuar de la libélula, la resistencia de la hormiga, el alfabeto de los bosques. Y cuando necesita verde, se refugia en los mapas de interior que sabe cobijo. Le gusta ser anónima, como el viento, pero en todas partes saben su nombre. Uno y muchos. Así es la huella de la Mujer barro.

Del don de la intuición hace nido, del idioma, cardo; de la rareza, mano; de la luz, luz. Creo que tiene corazón de musgo y anida un mar claro en sus pulmones.



Olvidé anotar que su sombra camina siempre de frente. También sabe andar entre espejos.

(Cerámica Fango)





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